Ocurrió dos mil años después de aquella primera vez en la que el niño se encarnó en humana por segunda vez, y vivía en un pequeño pueblo que estaba por crecer. Junto al pueblo se encontraba el mar y frente a él la ciudad que lo vio nacer dos mil años atrás.
En aquel lugar vivían tres poderosas criaturas: Un perro blanco como la nieve y vago como ninguno. Otro era rata negra como la noche, con acceso, sin permiso, a las despensas de todas las casas. Y el tercero, una cucaracha marrón que danzaba libre por las calles, alcantarillas y cocinas. Ellos eran el terror: Eran los dueños del pueblo.
Cada año, en el mes de diciembre, se reunían para narrar antiguas historias y las comparaban con la lujosa vida que llevaban. La humana conocía cuentos llenos de sabiduría, y ellos, contaban lo que hacían por la gente de su pueblo, como cumplir las leyes establecidas por el hombre, dar limosna a los pobres, respetar las cosas de los humanos…, y un sinfín de mandamientos que en verdad no cumplían pues, lo que decían, todo era mentira.
La humana sabía que los pobres seguían sin trabajo, los mendigos mal vivían en la calle y los desfavorecidos no tenían dinero para comprar comida. Por eso no celebraban la festividad de la Natividad. Un día la humana les dijo: “Esta noche es Noche Buena y mañana Navidad. El Dios único vendrá para ver si las criaturas de la tierra cumplen con su verdad”.
Aturdidos, aquella noche el perro soñó que en su cabeza sonó el eco de la conciencia que le preguntó: “¿Es tuyo todo eso que disfrutas?” Y el perro, asustado, se puso a trabajar para intentar engañar a la sabia voz. Despertó agotado porque lo suyo era ser vago.
La rata soñó que la conciencia le reprochaba: “La intimidad de los demás no debe ser violada” Y de repente los agujeros de las paredes, con acceso a las viviendas, desaparecieron. La rata despertó con el corazón en la boca a punto de vomitarlo del miedo a quedar en la calle.
La cucaracha soñó que la comida había desaparecido porque los humanos habían limpiado todo dejando el pueblo reluciente como la plata. Su conciencia quedó helada y no soltó palabra.
Y la sabia humana se lamentó ante su Dios diciendo: “Señor mío, padre omnipotente, estas almas, por tenerlo todo, descansan con la idea de que son virtuosos. Tu amor no dejó hondas huellas, fueron borradas con el tiempo. En su lugar quedó grabada la avaricia con malicia». Entonces la voz del padre sonó atronadora en su interior y contestó: “Volverán a mí sin resistencia, cuando mueran. Lo que no fue suyo ninguno lo encontrará conmigo”.
24 de diciembre de 2017 Sandy Torres