Sentada frente al ordenador, con la pantalla encendida, abierta una página en blanco del bloc de notas, repasa de forma mental los últimos cinco años compartidos con el hombre que marcó una etapa de su vida. Por cierto, etapa destinada a terminar. Quiere expresar con mediana claridad la idea que ronda por su cabeza.
El problema es causa de una mentalidad cerrada, retrógrada. Como el eco que suena en tres dimensiones se repite en su mente la palabra: retrógrada, retrógrada. Mentalidad retrógrada, eso es —cree Noemí—. Se pregunta cuál puede ser la razón de que Roberto se muestre retro con respecto a los intereses comunes.
Quizá, el principal problema de los hombres es la falta de respeto a las mujeres —reflexiona—. Es una barrera que nadie sabe abolir. Roberto, y otros hombres como él no evolucionan, es eso. No viven acorde a los tiempos actuales —piensa Noemí asintiendo con la cabeza.
Roberto se ha encerrado en aquel pasado, cuando el hombre se creía superior a la mujer y ella lo aceptaba. ¿Será posible que no desee perder el añejo y cada vez más ridículo y erróneo estatus macho alfa? —se pregunta Noemí sin dejar de mirar la página en blanco.
Roberto teme a la evolución de Noemí que se muestra cada día más fuerte, segura de si misma y menos dependiente.
A su juicio la igualdad no entra en el programa de una mente retrógrada como la de Roberto. Noemí no necesita a un macho que frene sus capacidades, y le haga perder oportunidades. La mujer actual es más inteligente que la mujer de hace…, tiempo —frunce el ceño Noemí.
“Esto lo cuestiona una mente retrógrada, siempre” —en esto escribe la primera frase—. Se detiene un instante, respira hondo y continúa escribiendo su historia.