Esta casa pintada de gris es fría, lúgubre. Fuera, el viento silba contento. Por entre las rendijas de las ventanas viejas entra con su canto tenebroso, entra, por agujeros y grietas, espabilando mi ensueño. Desde lejos acerca oscuras noticias. Al trote trae gritos de mal agüero. Me inquieta su lamento.
En vela paso la noche, pues, hipócrita, incito la huída de mi descanso. Invisible, el viento, levanta el polvo de esta habitación abandonada hace mucho tiempo.
Nerviosa, me acerco a la ventana para ver cómo de feo imagino a ese monstruo. Me asomo por una rendija. Desde fuera, él sopla y seca mi pupila, mi ojo, y una lágrima de un pasado olvidado.
Espero que se vaya la noche, que resucite el día. No es lo mismo una noche fría de viento helado que cuando el sol, al despuntar el alba lo besa y lo calienta.
El viento todo lo puede cuando tiene prisa. Ligero corre como salvaje por entre las cosas y las personas, trota, y todo lo desmonta.
Loco, recorre su ruta de viaje. Dificulta el vuelo de los pájaros. La gente se protege dentro de su casa, encerrada. Por la calle solitaria no camina un alma, porque el viento muge y asusta.
La tristeza se convierte en risa cuando llegan los niños y recorren pasillos, cuartos y salones abandonados. Los saludo con un susurro y ellos huyen despavoridos gritando: ¡Fantasmas! ¡Aquí habitan fantasmas!
En esta casa abandonada, vieja y cerrada se oyen murmullos en la noche sombría porque el viento se muestra misterioso. Oscuro, tenebroso, el frío hiela la punta de los dedos de mis pies, las orejas y la nariz que no tengo. Es entonces cuando me lamento: No hay un alma que consuele este desasosiego.
01 04 2018 Sandy Torres