No sé como contar la cosa. Que conste que cada uno puede pensar lo que quiera amparándose en la libertad de pensamiento.
Ayer recibí un mensaje de WhatsApp. Era un antiguo amigo amante de las artes y rarezas del mundo. Al leer su nombre recordé viejos tiempos. El chico, ya no tan chico, era una especie rara en su género. Entretenía al grupo con su fantástica imaginación. Lo llevábamos al cine y él solito se montaba otra película de la película. Pasábamos la noche de sábado sin dormir oyendo al profeta del demonio. Así lo apodábamos. En serio, nos gustaba oír sus rollos. El chaval era todo un artista inventando historias apocalípticas.
El mensaje me trajo buenos recuerdos. Me invitó a un café. Acudí a la cita con el mismo entusiasmo de años pasados. Al verlo supe que el tiempo había dado un salto mortal. No voy a hablar del cambio físico de Bernardino.
Nos sentamos en la terraza del bar con una distancia entre él y yo de dos metros. El camarero acudió a la mesa para tomar nota. Llevaba una mascarilla FFp2, la escafandra de plástico, guantes de látex, y un delantal que le tapaba la parte delantera del cuerpo. Por detrás iba desprotegido, casi desnudo. Bernardino lo miró, después, me miró y soltó una carcajada. No sé qué se le pudo pasar por la cabeza llena de hebras de pelo blanco.
—¿Qué te trae por la ciudad, Bernardino? —pregunté con mucho interés.
—Estoy de paso. Sé que escribes. Vengo a darle la noticia de tu vida. Voy a traducir lo que dice Luxi, el maligno, en un banner casi inaccesible, algo invisible, pero evidente, leí que anuncia, al filo del final, la guerra al mundo y a sus enemigos —dijo entusiasmado—. Nadie escapará del caos que está cerca. La destrucción habitará en todos lados. Edificios, ciudades, los pueblos y sus casas. Llenará sus dominios de miseria, infidelidad, infelicidad y odio. La maldad invisible besa a todo aquel que niegue la presencia de Luxi y de sus amigos caos y destrucción. La injusticia abre sus ojos para mirar desde las sombras. Los vientos destrozarán los cultivos. Imposible salvar posesiones. Los inocentes son culpables. Los culpables son amigos. Nada nuevo. Conocido por todos. Los amigos son estirpe de Luxi y morir no es tan malo como parece.
Yo miraba a Bernardino con cuidado de no dar evidencia de lo que se me pasaba por la cabeza. Miré la taza de café, tomé un sorbo, lo dejé caer garganta abajo con todo el dolor que da el líquido caliente quemando la lengua. Del calor me olvidé cuando la bola de fuego llegó al estómago. Ahí le perdí la pista. Anulado el paladar se me fueron las ganas de seguir allí. Mi malestar creció al notar que mi lengua seguiría cocida un buen rato más. Quise salir corriendo. Pero me mantuve firme. Eso sí, cambiando de postura en la silla cada tres segundos. Aguanté el chaparrón. Me di cuenta que el pasado hizo mucho daño.
— ¿Quién es luxi?
—No te das cuenta de que Luxifer nos quiere. Desea tenernos dentro de su infernal reino. —Concluyó su discurso.
—¡Vaya! Por cierto, Bernardino, podrías dedicarte a escribir guiones de cine —dije por decir algo—. Estaría bien. Estoy alucinando.
27/05/2020
