Aquí, en la parte superior de un monte solitario, apartado, al final de un camino de tierra que bordea el pinar me encuentro sentada junto a una gran higuera. El suave aleteo de una mariposa despierta mis sentidos.
Adoro los senderos vacíos de gente, el aire limpio de la mañana, y la luz del día en cuanto amanece.
Amo el gorjeo de los pájaros, el agudo sonido de un grillo, fuente de regocijo, puerta que abre mi sentina por la naturaleza viva, por la música, por el silencio y el disfrute de mi propia soledad.
Allí, al sur, un rebaño de cabras montesas mordisquea la hierba, alzan el hocico, sin dejar de rumiar miran a lo lejos, hacia la cima, como si vieran que las observo me miran, al rato vuelven a comer.
Entra el verano, y aparece una tormenta eléctrica que, sin agua y sin gracia, se aleja hacia el este, empujada por una boca invisible que sopla. Me inunda de alborozo. Un revoloteo de energía despierta mis sentidos.
Se acerca la noche, y recuerdo mis huellas del camino. Toca desandar. Llega la hora de regresar al mundo, al ruido. Creo que el amor se oculta entre matojos y pinchos, mientras, la luna llena vaga hacia arriba.
Adoro los senderos vacíos de gente, el verde oscuro del paisaje cuando el sol se esconde por el horizonte.
28/06/2018 Sandy Torres